Nada es lo que parece

 

El comisario habría preferido olvidarse para siempre del caso de Alberto y dejarse arrullar por la paz abrumadora de su casa, hundir su cansado cuerpo entre los cojines de su sofá para disfrutar de su televisor de última gama, pero aquellos dos hermanos tan ansiosos de descubrir y compartir con él la verdad le habían estremecido el corazón.

Eran solamente las siete de la tarde cuando los tres salieron de comisaría, pero ya había anochecido y los pinares que flanqueaban las carreteras de Tierra Escondida parecían esconder extrañas sombras en movimiento. Un recuerdo flotó en su mente y sintió la necesidad de meterse en la cama para taparse hasta arriba con su manta y huir de sus pesadillas como cuando era niño. La niebla empezaba a envolver el paisaje invernal y los pilotos traseros del coche de Estrella desaparecían y aparecían entre las curvas, las bajadas, las subidas, hasta que de golpe se apagaron. El coche estaba aparcado en un lugar donde la curva se ensanchaba creando un área de descanso. Cuando el comisario llegó no había rastros de los dos hermanos, se quedó pensativo en el interior de su vehículo mirando a su alrededor aunque la niebla limitaba la visibilidad. Reconoció de inmediato el lugar: el pozo estaba muy cerca, pero ¿por qué demonios habían decidido volver allí justo esa noche? Decidió esperar, la niebla lo desorientaba, el frío húmedo se le calaba en los huesos y los hermanos habrían tenido que regresar. Cuando miró el reloj, se dio cuenta que había pasado más de media hora, bajó del coche y se adentró hacia la oscuridad del bosque abriéndose camino entre las largas ramas secas. Oyó unos gritos, comenzó a correr y cuando se encontró a unos metros, se paró jadeante para observar lo que estaba ocurriendo detrás de un viejo y alto pinar.

Estrella y Miguel no estaban solos, hablaban con un hombre que el comisario no lograba verle la cara y ni había podido reconocerle la voz.

- Bajé y logré encontrar el camino para volver, para huír de los alguaciles endemoniados. Años y años estuve encerrado allí, pero una vez cada veinte años, la puerta se vuelve a abrir y las almas atrapadas pueden volver a la tierra, pero vosotros olvidaos de vuestro hermano. No son leyendas, ¡no entréis! ¡No bajéis! Allí encontraréis solamente figuras deformes, vanidad, hipocresía, pecadores, seres humanos caídos en la trampa del desengaño.


Al decir estas palabras salió una luz cegadora, un relámpago encendió las tinieblas de la noche y los hermanos fueron atragantados por la boca infernal de aquel pozo negro y monstruoso. De pronto, una mano agarró el cuello del comisario y en aquel momento sintió que su vida se venía abajo, que su mundo se estaba desmoronando mientras un frío escalofriante se iba apoderando de él, arrastrándolo en caída libre hacia el olvido y el vacío.




Vida sin latidos. Respirar sin respirar. Ver sin ver. Hablar sin poder escuchar el sonido. El tic tac de un reloj sin tiempo. Voces lejanas, caras borrosas cada vez más cercanas.

- Comisario, comisario...

Abrió los ojos, estuvo mirando el techo por unos segundos y poquito a poco empezó a reconocer las paredes de su casa, la pantalla de su televisor inteligente, y dos ojos que no habían dejado de vigilarle.

- Estaba preocupada! El médico vino anoche y me dijo que se despertaría después de un largo cansancio...¡el estrés le ha jugado una mala pasada.

- Profesora, ¿qué hace usted aquí? ¿El médico? ¿El estrés? ¿Me está vacilando? Yo estaba en el bosque de los Pinares, cuando una mano...

- Descanse ahora, no..

- Usted no entiende, ahora sé qué le ha pasado a Alberto. ¡No ha desaparecido! Hay que volver, tenemos que bajar al pozo y salvar a Estrella, a Miguel , a su Fernando..

- Comisario, creo que el desmayo le ha provocado cierta desorientación. No entiendo nada, no existe ningún pozo y no ha habido ninguna desaparición. Alberto, el hermano de Estrella, se doctoró ayer con una tesis sobre Calderón de la Barca. Sé que sois buenos amigos, yo vine ayer para traerle este libro. Me encargó que se lo diese, pero cuando toqué a la puerta, me di cuenta que estaba abierta y al entrar, vi que se había caído al suelo y fue entonces que decidí llamar al médico...

El comisario se quedó pensativo, aturdido y mareado por lo que acababa de escuchar.

Este es para usted, tiene una dedicatoria de Alberto. Ahora, tengo que irme. ¡Descanse!

La profesora le dejó el libro y antes de irse, añadió:

Página 207. Estoy segura que volveremos a vernos muy pronto.

El Comisario cogió el libro y leyó el título en su portada: La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca. Esperó unos segundos y buscó la página que la profesora le había indicado:


¿Qué os admira? ¿qué os espanta,

si fue mi maestro un sueño

y estoy temiendo en mis ansias

que he de despertar y hallarme otra vez en mi cerrada prisión?

Y cuando no sea, el soñarlo solo basta:

pues así llegué a saber que toda la dicha humana

en pasa como sueño, y quiero hoy aprovecharla

el tiempo que durare, pidiendo de nuestras faltas

perdón, pues pechos nobles

es tan proprio el perdonarlas.



Y mientras el Comisario pensaba haber entendido aquellas palabras, en un canal de su televisor una película empezaba diciendo:

Abre los ojos, abre los ojos

El comisario se rio y con la cabeza apoyada al respaldo de su sofá, se sentó cómodo para dejarse llevar hacia otro mundo: el de ficción.


Imagen: https://pixabay.com/es/photos/fantas%c3%ada-luz-estado-animico-cielo-2861107/

Comentarios